domingo, 9 de octubre de 2016

Viaje al pasado



Hoy me estaba acordando de una historia que me ocurrió en mi época de aprendiz, en el primer taller donde trabajé cuando tenía 13 años.

Un día se presentó un señor y preguntó si había algún aprendiz. Cuando supo que yo lo era, me dijo que tenía que ir todos los días a un cursillo en la calle Ros de Olano, cerca del taller. El cursillo era de “Formación del espíritu nacional”… ah, no sé si os he dicho que el señor era falangista.
Se ve que lo hice muy bien porque al final me dieron como premio un libro que se llamaba “Los Cipreses creen en Dios”, de Josep Mª Gironella, que, por cierto, no he leído nunca porque me lo pidió un amigo y, 55 años después, todavía no me lo ha devuelto.

Al poco tiempo el falangista volvió al taller y me dijo que me habían premiado con una estancia de 15 días en la Universidad Laboral de Tarragona, pero que era voluntario asistir, o sea, que si no quería, no hacía falta que fuese (el cursillo sí que fue obligatorio).


 Acepté y la verdad es que lo pasé muy bien, comíamos estupendamente y por la noche hacíamos guerra de almohadas. Incluso nos llevaron de visita a las murallas de Tarragona y nos enseñaron un montón de calaveras que había allí expuestas.

Un día mis padres vinieron a visitarme y fuimos a la playa. Mi madre trajo un pollo asado para comer que también tiene su historia: por aquel entonces había en Barcelona tiendas en las que vendían pollitos vivos y un día compramos uno. Lo instalamos en el patio y le dimos de comer hasta que se convirtió en un pollo. Una vez crecido, la tía Aurora lo mató y mi madre lo cocinó para llevarlo a Tarragona, pero la verdad es que estaba duro y feo y no lo pudimos comer. Así acaba por hoy mi viaje al pasado.