domingo, 25 de septiembre de 2016

Whatsapps en los años 50



Queridos amigos lectores, cuántos años han pasado desde la última vez que escribí!
En este tiempo, lamentablemente no he recuperado la vista, pero sigo aquí con ideas, vivencias e historias que me rondan por la cabeza. Y la insistencia de mi hija y de su amiga Mayte ha vencido mi negativa de seguir escribiendo en este blog sin ser yo quien lo hiciese. Ahora, ellas son mis manos y mis ojos: mientras yo les explico ideas, ellas las transcriben.
Y después de esta breve introducción, aquí llega una nueva historieta.
Hoy en día es sorprendente la facilidad para comunicarnos que tenemos las personas: aparte de la correspondencia escrita tradicional, existen los teléfonos móviles, el whatsapp, el correo electrónico… todo al alcance de la mano. Sin embargo, cuando yo era joven y mi novia vivía en Madrid, era realmente difícil poder hablar con ella o mandarle mensajes que no fuesen filtrados por su abuela o su madre.
Nosotros no teníamos teléfono en casa, así que no tenía otro remedio que ir al locutorio de Fontana (barrio de Gràcia, en Barcelona) para poder hablar con ella. Podía hacerlo también desde una cabina telefónica, pero prefería hacerlo desde el locutorio porque el peligro de que se cortase la comunicación era menor. Por cierto, un cálido recuerdo a las cabinas telefónicas, esas que hoy están desapareciendo porque, igual que el fax, la máquina de escribir o los cassettes, han dejado de ser rentables y útiles. ¿A cuántas personas conocéis que no tengan móvil hoy?.
Así, cada sábado por la tarde cogía 100 pesetas (0.6 euros de hoy) y caminaba unos 15 minutos desde mi casa hasta el locutorio. Allí, una señorita me preguntaba el número de teléfono con el cual quería contactar, llamaba a una centralita conectando unos cables como los que se ven en la foto y me mandaba a una cabina cuando la comunicación se establecía. Llamar de Barcelona a Madrid era una conferencia y costaba bastante dinero, pero oír la voz de mi novia, siempre alegre, se convertía en uno de los mejores momentos de la semana!
 

Otra cosa que hacíamos para comunicarnos por carta era enviarnos mensajes secretos. Por aquel entonces (años 50), era relativamente normal que los padres o abuelos leyesen la correspondencia de sus hijas, o que no las dejasen ir a una fiesta solas, sino que algún familiar las debía acompañar. Todavía recuerdo a la abuela Cándida sentada en un lugar preferente de los guateques vigilando que nadie se sobrepasara con mi novia Aurorita, vaya vergüenza que pasábamos los dos!
El caso es que, para evitar la censura, al principio le escribía cartas dirigidas a un apartado de correos. Así, ella las recogía y leía cuando podía, sin testigos alrededor. Pero más adelante se me ocurrió otro sistema, aprovechando que los sobres de las cartas estaban forrados: aunque la correspondencia llegaba a su casa y sus padres la leían, lo que no sabían es que tras el forro azul del sobre se escondían más palabras de amor. Ella sólo tenía que quitar el papel azul y leer lo que había escrito en el sobre. Este sistema lo empleábamos los dos y no sabéis cómo lamento no haber conservado ni una sola de esas cartas que nos enviábamos y que eran una prueba más de nuestro amor.
 

Quién hubiese tenido móvil con tarifa plana y unos gigas de datos!